En algún momento en mis horas de trabajo se me ocurrió esta forma de escaparse. Y bueno, habrá algunas mejores. Pero la que tuve a mano en ese instante, fue algo así.
La primera carta llegó a su casa un
domingo por la mañana.
“Estimado
Daniel Torres. Quizás aún tengas alguna reserva con respecto a lo planeado,
pero puedo asegurarte que vos y yo nos las arreglaremos para sortear los
inconvenientes. Que, dicho sea de paso, nunca suelen ser mayores. Es sólo
cuestión de saber abordarlos y en ningún momento dudar de la decisión tomada.
Por mi parte estoy buscando un lugar que se ajuste a lo que necesitamos. A vos
te toca lo relativo a tu trabajo. Saludos.”
Era una carta manuscrita, sin firma. En
el sobre no había remitente, sólo su nombre, Daniel Torres, y su dirección.
La segunda carta llegó cuatro días
después, jueves. Y durante ese tiempo, la inquietud de Torres había aumentado.
Descartó de inmediato la idea de que el correo hubiera cometido un error, ya
que no era una carta enviada por correo. El sobre no tenía sello postal y el
nombre del destinatario coincidía con su propio nombre. Intentó tranquilizarse
pensando que era una broma de alguno de sus conocidos, porque el tono era de
bastante familiaridad. Pero ése mismo domingo llamó a todos los que él suponía
que podían estar detrás del anónimo y nadie se atribuyó la autoría. Luego de un
día bastante malo, se fue a la cama convencido de que la nota tenía algo de
amenazante. Esa noche tuvo pesadillas y casi no pudo dormir.
Al día siguiente, lunes, volvió de su
trabajo y releyó una y otra vez la carta, atento a las palabras, a las frases y
a la caligrafía. Pero no pudo dar con
ningún dato que hiciera referencia al autor.
Esa noche durmió mejor, pero se
despertó cuando aún no había amanecido, con la cara empapada. Había llorado en
sueños, pero no los recordaba.
El martes volvió a llamar a todos sus
conocidos y tuvo la misma respuesta que dos días antes. Todos negaron haber
enviado la carta. Algunos, hasta se ofendieron de que Torres siguiera dudando
de ellos.
El miércoles se despertó enfermo y no
fue a trabajar. Pasó todo el día en la cama y a la noche volvió a leer la
carta. Por primera vez cayó en la cuenta de que había muchas más preguntas que
responder aparte de saber quién era el autor. ¿A qué plan se refería? ¿De qué
inconvenientes hablaba? ¿Qué era lo que el otro estaba buscando y a qué
necesidades tenía que ajustarse? ¿Qué era lo relativo a su trabajo? Eran muchas
preguntas y le extrañó que no se las hubiera hecho antes. Pensando esto, en
algún momento de la noche se durmió con la carta entre las manos.
Al día siguiente, jueves, lo despertó
alguien que llamaba a la puerta de su casa. Era un cartero.
Esta vez, el sobre tenía destinatario y
un sello de la república de Francia.
“Estimado
Daniel Torres. Surgió un inconveniente con el lugar que había encontrado para
vos. Una lástima, porque estaba ubicado en Montparnasse, y creo que te hubiera
gustado. La dueña no estuvo de acuerdo con el precio y no fue posible negociar. Pero bueno, seguiré
buscando. ¿Cómo va tu parte? Espero que ya hayas avisado en tu trabajo. Verdier
está ansioso de conocerte y charlar con vos los detalles de cómo te gustaría
disponer tu oficina. Saludos.”
Torres leyó la carta tres veces y
estaba tan abstraído que se sobresaltó cuando el médico de la empresa tocó el
timbre de su casa. Recién entonces cayó en la cuenta de que era jueves y
tampoco había ido a trabajar ni había avisado. Mintió un malestar estomacal,
que el médico creyó a medias, pero que sirvió para justificar las dos
ausencias. Aunque tenía que reincorporarse al día siguiente.
Una vez solo, Torres volvió a la carta.
Contenía mucha más información que la primera. Pero no aclaraba nada, sino que
por el contrario, dejaba más preguntas sin respuesta. Alguien en París estaba
buscando algo para él, Torres. Un departamento o una casa. Se trataba de un
alquiler o una compra. Parecía que todo estaba arreglado, pero no. Había que
seguir buscando. Mientras tanto, un tal Verdier estaba ansioso por hablar con
Torres sobre una oficina. Quizás el sitio en Montparnasse y la oficina fueran
lugares diferentes. Pero todo eso no dependía de él, ya alguien estaba
ocupándose. Lo que más intrigaba a Torres era qué se suponía que tenía que
avisar en su trabajo.
Durante el resto del día, Torres se
sintió más tranquilo. Pensó en distraerse un poco ya que había pasado una
semana bastante nervioso, así que fue al cine y luego a cenar. Esa noche soñó
con una ciudad sumergida en el fondo del mar.
Durante los diez días siguientes volvió
a la rutina cotidiana. Fue a trabajar, visitó algunos amigos e hizo las compras
para el resto del mes. Y un lunes recibió la tercera carta, que venía en un
sobre con un sobre más pequeño dentro.
“Estimado.
¡Encontré un departamento fabuloso! Está en el barrio de Montmartre, cerca de
la basílica de Sacré Cœur. Es un cuarto piso sobre una calle muy tranquila.
Estoy seguro de que va a ser de tu agrado. Verdier ya habló con Couturier y me
preguntaron si ya habías solucionado lo de tu trabajo en Buenos Aires. Les dije
que sí. Ya lo hiciste, ¿no? Están muy entusiasmados. Andá pensando en el veinte
de este mes. Pd. En un sobre adjunto va el adelanto prometido. Saludos.”
“Ya es una tranquilidad. La cosa va
encaminada”, pensó Torres, abriendo el sobre que contenía el dinero. “Si
Verdier y Couturier están tan entusiasmados, la cosa va bien.” Pensó también
que el cuadro en general se veía mejor, aunque todavía no entendía muy bien qué
se esperaba de él.
Diez días después, recibió un sobre en
su casa. Éste tenía remitente y fue necesario que firmara el recibo. Era de una
compañía aérea, que lo felicitaba porque el señor Torres los había elegido para
su vuelo y adjuntaba el pasaje impresos. Asimismo, le recomendaba que el día
previsto se presentara dos horas antes en los mostradores de la empresa en el
aeropuerto, para despachar el equipaje.
Esto lo sobresaltó. No tenía nada
preparado. Tuvo que salir esa misma tarde a comprar dos valijas, una grande para
despachar y otra más pequeña, como equipaje de mano. Una carta lo esperaba
cuando volvió a su casa. Dejó las valijas y la leyó.
“Daniel.
Si no calculo mal, hoy habrás recibido el pasaje. Como ves, pude arreglar todo
para que salieras el veinte. No voy a poder ir a buscarte al aeropuerto, espero
que no te moleste. La dirección del departamento es 15, Rue Dautancourt. En
cuanto llegues a Charles de Gaulle, debés tomar el tren B hasta la Gare du
Nord, allí tomar el tren E hasta Saint Lazare y luego la línea 13, hasta La
Fourche. La Rue Dautancourt está a dos cuadras, no te podés perder. Te va a
esperar la señora Dunois para entregarte las llaves. Saludos”.
Faltaban aún diez días, pero a Torres
no le pareció mucho tiempo. Esa misma noche armó las valijas y se dio cuenta de
que iba a necesitar una valija más. La compró al otro día. También compró
algunos libros y dos corbatas. Dejó en orden la casa e hizo una copia de sus
llaves para una vecina de confianza que iba a encargarse de las plantas y de
mantener la limpieza. Llegó el día de la partida y camino al aeropuerto recordó
que no había ido a trabajar en los últimos diez días ni había avisado. Al
llegar a Ezeiza, llamó por teléfono para avisar que se iba. Se enteró en ese
momento que de todas formas lo habían despedido. La secretaria que lo atendió
estaba perpleja. Quiso comunicarlo con el jefe, pero Torres le dijo que no
tenía tiempo, que ya lo llamaría. O no. Luego despachó las valijas, tuvo tiempo
de tomar un café y subió al avión.
Dieciséis horas después, entraba al 15,
Rue Dautancourt. Era un departamento con dos habitaciones, un baño, una cocina
y una sala. Las alacenas y la heladera estaban bien provistas. Desde el balcón
se podía ver la cúpula de la basílica. Sobre el escritorio de la sala, encontró
un sobre con su nombre.
“Espero
que hayas tenido un buen vuelo. Me hubiera gustado ir a buscarte al aeropuerto,
pero me fue imposible. ¡Igual, si estás leyendo esto, es porque encontraste el
lugar! ¿Qué te parece París? Y lo que viste no es nada. Ya vas a ver que con el
correr de los días, ¡se pone mejor! En el primer cajón de la derecha en este
escritorio vas a encontrar un celular. Ahí está el número de Verdier. Hoy
descansá, pero mañana llamalo. No lo pospongas. Pd. En el cajón de la izquierda
tenés papel, lapicera y la guía de Buenos Aires. Ya sabés lo que tenés que
hacer”.
Torres desempacó algo de ropa, se dio
una ducha y durmió una siesta. Al despertarse se preparó un café y fue hasta el
escritorio. Del primer cajón de la izquierda sacó las hojas y la lapicera.
Pensó durante unos minutos, mientras tomaba el café. Buscó opciones, consultó
la guía y escribió la carta, que comenzaba diciendo:
“Estimado
Agustín Ramos. Quizás aún tengas alguna reserva.”